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DEL CERRO NUTIBARA EN MEDELLÍN
LAS NOTICIAS DE CIEZA DE LEÓN SOBRE EL VALLE DE NORE (FRONTINO), EL CACIQUE NUTIBARA Y LOS TÚMULOS FUNERARIOS QUE PARECEN CERROS INDÍGENAS: MÁS DE 4 MIL AÑOS EN EL NOROCCIDENTE
DEL CERRO NUTIBARA EN MEDELLÍN A LA ZONA ARQUEOLÓGICA PROTEGIDA DELCORREGIMIENTO NUTIBARA EN FRONTINO Muchos de los habitantes y visitantes de Medellín creen que el cacique Nutibara tuvo su asiento en esta ciudad; que Nutibara fue el cacique del Valle de Aburrá, y que por eso tantos lugares y negocios llevan su nombre: Cerro Nutibara, Plazuela Nutibara, Avenida Nutibara, Hotel Nutibara, Radio Nutibara, Arrendamientos Nutibara. Obviamente no es así. Nutibara era el señor de la tierra del occidente antioqueño y el hecho que tantos sitios lleven su nombre se debe a un homenaje que le hizo la capital del departamento a dicho cacique en la primera mitad del siglo XX, a instancias de la Academia Antioqueña de Historia y de la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín. El consenso fue general, salvo en el acento que debiera llevar el nombre del cacique, como lo expresaba Antonio Gómez Campillo en 1538: “Para honrar la memoria de ese gran cacique tenemos ya el ‘Cerro Nutibara’, donde se levantará un hermoso y significativo monumento, y se piensa además en la construcción de un espacioso y cómodo hotel, digno de la metrópoli antioqueña que llevará el nombre de ‘Hotel Nutibara’, y los curiosos en lingüística y en historia y aun los que no lo son, desean saber cuál es la verdadera pronunciación de ese vocablo. Desde luego nos inclinamos a la forma grave, Nutibara, que suena mucho mejor que la aguda, Nutibará, y vamos a dar algunas razones…” (Nota 1) Pero resulta que lo obvio es una construcción cultural, como una casa, a la que si no se le hace mantenimiento periódico termina por caerse, dando lugar a una obviedad diferente. En este caso, como la historia del cacique Nutibara no se volvió a recordar, para lugareños y turistas lo obvio terminó siendo que ya que tantos lugares llevan su nombre, debió haber sido porque Nutibara fue el cacique del Valle de Aburrá. Para evitar que esto suceda la cultura se inventó las conmemoraciones: mecanismo de reposición de la memoria colectiva para conservar presentes los hechos del pasado (incluso los infaustos), en una pretensión de verdad. Ya cada generación se encarga de ponerle el énfasis a uno u otro elemento. Por ejemplo, cuando en 1972 el obispo e historiador Benjamín Pardo demostró de manera sólida que la Antioquia que fundó Jorge Robledo no quedaba donde hoy está Santafé de Antioquia sino en la vereda de Santa Águeda del municipio de Peque, su conclusión fue que dicho conocimiento debía servir para erigirle un monumento a Peque y otro a Robledo: “De ello me ocuparé, Dios mediante, en próxima ocasión y así podré con plena convicción anunciar a todo el país, y especialmente a las entidades históricas de Colombia un dato de tanta importancia, que me llevará a erigir, con la ayuda de quienes se interesan por la cultura, un monumento a la memoria de nuestra primitiva ciudad y del aguerrido capitán español que la fundó para la gloria de su rey y para el honor de esta patria colombiana” (Nota 2). Sobra decir que de Robledo se hicieron muchas estatuas, pero de la vereda Santa Águeda de Peque nadie se volvió a acordar. Al abordar el mismo tema cuarenta años después, con nuevo bagaje historiográfico, bajo la égida del reconocimiento constitucional a la diversidad étnica y cultural de la nación, y con el activo social de la constitución de 22 resguardos indígenas en Antioquia, los énfasis son otros. Así se deja ver en el prólogo a la reedición del trabajo de monseñor Pardo, escrito por el rector de EAFIT, Juan Luis Mejía, quien advierte que una mirada actual al tema de los traslados de la ciudad de Antioquia no debe tener en cuenta la sola perspectiva de los fundadores sino también las vicisitudes sufridas por los indígenas con la invasión de sus territorios: “En el recorrido de sus múltiples investigaciones, monseñor aborda temas como el sitio de fundación de la Ciudad de Antioquia en el valle de Ebéjico en 1541 y su posterior refundación en el valle de Nore en 1542; las vicisitudes acontecidas a los españoles por los constantes ataques de los nativos, o digámoslo de otro modo, las vicisitudes acontecidas a los nativos de parte de los españoles por su codicia al conquistar estas tierras. De esto se derivan las consecuentes reedificaciones de la ciudad y sus traslados” (Nota 3). Por las anteriores razones los 475 años de la fundación de la ciudad y provincia de Antioquia generan una ocasión interesante para sacar de Medellín la memoria del cacique Nutibara y pasarla a su territorio de origen: “La región gobernada por Nutibara estaba situada en el ángulo que la Sierra de Abibe de los conquistadores, la cadena montañosa que se extiende desde el alto de los Tres Monos en dirección este-oeste, forma con la Cordillera Occidental. Queda así delimitada su extensión hacia el norte y el este pero desconozco hasta dónde llegaba el reino de Nutibara en la región situada aguas debajo del río Sucio” (Nota 4). De hecho, el trabajo de ir tras las huellas del cacique Nutibara, y en general de los pueblos que habitaron ancestralmente el occidente de Antioquia, con conceptos y herramientas actuales, que no son otros que los que proporciona la arqueología, se encuentra bastante adelantado.
La investigación arqueológica del Occidente antioqueño
El Instituto de Estudios Regionales (INER) de la Universidad de Antioquia publicó en 2014 el libro Territorios y memorias arqueológicas de Urrao y Frontino, el cual recoge los resultados del proyecto de inventario del patrimonio arqueológico inmueble de los municipios de Urrao y Frontino, realizado durante el año 2013 en el marco de la Convocatoria de Iniciativas en Patrimonio Cultural, promovida por el Ministerio de Cultura y la Gobernación de Antioquia (Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia), pero que recoge investigaciones que empezaron a realizarse a partir del año 2002, en desarrollo del estudio contratado por Empresas Públicas de Medellín para acompañar el plan de manejo ambiental del proyecto hidroeléctrico La Herradura, en límites de Abriaquí, Cañasgordas y Frontino. Hasta antes de esta investigación, para simplificar, sólo se tenían de los pueblos originarios, en terreno, las estatuas de los caciques en los municipios de Frontino y Urrao.
La reciente investigación arqueológica aporta el conocimiento sistemático del poblamiento del occidente de Antioquia desde hace 8.350 años, que, a criterio del suscrito, ignorante en la materia, deja tres tipos de elementos visibles:
De los elementos dichos el más importante hallazgo que reporta la investigación de la Universidad de Antioquia es la ubicación de una gran concentración de pirúes o túmulos funerarios y de evidencias de asentamientos antiguos en el valle del río Verde, corregimiento de Nutibara, a una hora en carro del casco urbano de Frontino, muy cerca de donde comienzan los Resguardos Indígenas Embera Katío de la zona, que pone de presente la existencia de un gran centro poblado prehispánico en ese sitio.
En el mapa anterior se aprecia, a la derecha, el área de investigación de La Herradura (2002). A la izquierda, el área de investigación de Río Verde (2008). En esta última se observa la abundante presencia de túmulos (círculos rojos) y de asentamientos antiguos (manchas negras), con la indicación del año de antigüedad aproximado de cada uno, siendo el más reciente de 410 años y el más antiguo de 8.350.
Una zona arqueológica en riesgo. Necesidad de fomentar una cultura arqueológica y medidas de protección similares a las del movimiento y la legislación ambientales
“Para los municipios de Urrao y Frontino es clave el conocimiento de su historia a partir de investigaciones científicas que permiten conocer de primera mano cuales son los sitios que se debe salvaguardar por sus contenidos arqueológicos y que evidencien sus características culturales y temporales, contribuyendo a la construcción de un marco interpretativo para las antiguas ocupaciones humanas del Occidente del Departamento” “Es oportuno anotar que las evidencias arqueológicas recuperadas de las excavaciones en estos territorios reposan en la Universidad de Antioquia, donde está disponibles para el conocimiento de los interesados. Pero es necesario adelantar gestiones para que estas sean conservadas en museos creados en los respectivos municipios de origen” El libro Territorios y memorias arqueológicas de Urrao y Frontino concluye con una evaluación del estado de estas zonas arqueológicas, después de catorce años de investigación, en la cual del director de la misma, Carlo Emilio Piazzini, llama la atención sobre el inmenso patrimonio cultural que poseen los antioqueños y los colombianos en general en Frontino y Urrao, pese a casi cinco siglos de saqueo por los españoles primero, y luego por los guaqueros y aún por instituciones etnológicas nacionales y extranjeras, que han dejado muchas cicatrices en el patrimonio común, por lo que sugiere fomentar una cultura arqueológica y adoptar medidas de protección similares a las que con buenos resultados se ha implementado en las últimas décadas en el campo ambiental y en la preservación de los sitios sagrados de las comunidades indígenas: “Las investigaciones arqueológicas efectuadas hasta ahora en Urrao y Frontino, han permitido documentar una gran cantidad de sitios arqueológicos correspondientes a asentamientos que se remontan a unos ocho mil años de antigüedad. En estos estudios se observa que una gran cantidad de sitios presentan huellas de haber sido cateados o excavados en búsqueda de tesoros. Entonces, lo que se tiene en esta región no solo es un repertorio inmenso de evidencias arqueológicas que pueden ser valoradas como patrimonio o herencia cultural, sino también, de manera paradójica, una gran cantidad de cicatrices que son testimonio de los afanes de aquellos que, en diferentes épocas, han querido hallar una riqueza inusitada. Las troneras y aún excavaciones recientes que deforman los túmulos funerarios y los antiguos aterrazamientos de vivienda indígena, atestiguan el saqueo efectuado desde hace cuatro o cinco siglos por los españoles en busca del Dabaibe, los cateos y explotaciones efectuadas luego por los mineros y guaqueros, así como el chapuceo improvisado de aquellos que ocasionalmente y en cualquier época han querido hacerse a una riqueza fácil. La guaquería es hoy una práctica declarada ilegal por las leyes colombianas, al igual que la compra o venta de piezas arqueológicas y su exportación. En estas leyes se considera que todos los bienes arqueológicos, independientemente de su monumentalidad y material, hacen parte del patrimonio cultural de la Nación; que su valor no es económico sino histórico, cultural y científico, y que es mediante investigaciones arqueológicas y acciones de conservación, que se debe dar tratamiento a dichos bienes. Esta lógica descansa también en consideraciones acerca de los bienes arqueológicos como recursos culturales no renovables, que son muy delicados y vulnerables. “Por lo tanto se prohíben las actividades de excavación, extracción, manipulación y venta de piezas que conforman la práctica de la guaquería y se exige a los proyectos de explotación de minerales u obras de infraestructura, que realicen estudios de arqueología preventiva. Es decir, que identifiquen si en el lugar hay vestigios arqueológicos, con la finalidad de recuperarlos total o parcialmente antes de que puedan ser destruidos, y los analicen e interpreten para conocer y divulgar su valor científico, cultural e histórico. “Pero la guaquería y la comercialización de piezas arqueológicas, en tanto constituyen prácticas enraizadas en las tradiciones locales y son fuentes de beneficio económico, no han desaparecido. En ciertos casos estas prácticas resultan fortalecidas por dinámicas del mundo contemporáneo, como son el mercado internacional de arte y algunas formas de turismo que resultan irrespetuosas frente al patrimonio cultural. Igualmente, son muchas todavía las obras de infraestructura y explotaciones mineras que no cumplen con la realización de estudios de arqueología preventiva. En este sentido, no es posible esperar que la sola aplicación de la ley logre controlarlas, sino que es necesario que, tal y como ha venido sucediendo para alcanzar los propósitos de conservación ambiental, el tratamiento de los bienes arqueológicos parta de la plena convicción de que es necesario transitar hacia otras maneras de apreciar los bienes culturales (…) Esto no se logra de la noche a la mañana; es un objetivo a alcanzar mediante un proceso continuado de transformación de las formas de hacer investigación y de establecimiento de convergencias con los procesos educativos, culturales y de gestión territorial a escala local y regional. Es de considerar que en las investigaciones de las que se deriva la información presentada en esta publicación, hemos venido avanzando en esa dirección. En consonancia, se espera que las autoridades de Urrao y Frontino incorporen adecuadamente medidas de gestión del patrimonio arqueológico en sus esquemas de gestión territorial y que apoyen procesos tendientes a la declaratoria de áreas arqueológicas protegidas, figura legal que se asemeja a la de sitios sagrados que las comunidades Embera vienen impulsando en el occidente de Antioquia y el Chocó” (Nota 6).
Luis Javier Caicedo NOTAS: Nota 1. Antonio Gómez Campillo. “Nutibara o Nutibará”, en: Repertorio Histórico, órgano de la Academia Antioqueña de Historia, Medellín, volumen 14-15, número 142, 1938, disponible en internet. Y Gustavo White U. agrega: “Hotel que hará de Medellín la ciudad moderna del turismo y que será un ejemplo para la demolición de tanto edificio colonial cuya reconstrucción ayudará a la modernización de la ciudad”. El citado número del Repertorio Histórico recoge el debate periodístico y académico que se dio en la ciudad alrededor del acento que debiera llevar el nombre del cacique, lo que no fue un asunto trivial sino el posicionamiento de la sociedad antioqueña modernizante respecto del pasado indígena, de los nativos que seguían poblando el occidente del departamento y de sus lenguas propias. Para la época fray Pablo del Santísimo Sacramento acababa de publicar su estudio de gramática Katía (1936), en la cual constató que la lengua Katía carecía de acento prosódico, como el Euskera de los vascos. En el debate intervinieron el citado Gómez Campillo, Obdulio Palacio, Félix Mejía Arango, Gustavo White Uribe, José Solís Moncada y Ramón A. Elejalde, y finalmente fue liquidado por la Academia Antioqueña de Historia, con base en estudios de Agapito Betancur, mediante la siguiente declaración: “La voz indígena ‘Nutibara’, que corresponde al nombre del cacique occidental, hijo de Anumaibe, que trató de oponerse a los conquistadores Juan Vadillo y Francisco César, debe pronunciarse con acento grave”. Nota 2. Benjamín Pardo Londoño. La Ciudad de Antioquia y la Villa de Santa Fe: orígenes del pueblo antioqueño [1972]. Medellín, Fondo Editorial de la Universidad EAFIT, 2010. Colección Bicentenario de Antioquia. Disponible en internet, pag. 31. Nota 3. Ídem, pág. 7. Nota 4. Hermann Trimborn. Señorío y barbarie en el Valle del Cauca. Estudio sobre la antigua civilización Quimbaya y grupos afines del oeste de Colombia [ca. 1940]. Cali, Universidad del Valle, 2005. Nota 5. “Antiguamente había gran poblado en estos valles, según nos lo dan a entender sus edificios y sepulturas que tiene muchas y muy de ver, por ser tan grandes, que parecen pequeños cerros (…) Cuando se mueren los principales señores de estos valles, llóranlos muchos días arreo y tresquílanse sus mujeres, y mátanse las más queridas, y hacen una sepultura tan grande como un pequeño cerro, la puerta de ella hacia el nacimiento del sol. Dentro de aquella tan gran sepultura hacen una bóveda mayor de lo que era menester muy enlosada y allí meten al difunto lleno de mantas, y con él oro y armas que tenía sin lo cual después que con su vino hecho de maíz o de otras raíces han embeodado [embriagado] a las más hermosas de sus mujeres, y algunos muchachos sirvientes, los metían vivos en aquella bóveda, y allí los dejaban, para que el señor abajase más acompañado a los infiernos” (Pedro Cieza de León. Crónica del Perú. El señorío de los Incas. Capítulo XII [1552]. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2005). Esta forma de enterramiento de los Katíos de Antioquia, que privilegia la visibilidad de la tumba, contrasta con la costumbre de los indígenas del Viejo Caldas (Quimbayas, Armas), que construían las tumbas de sus señores en grandes bóvedas subterráneas e incluso tapaban la entrada con rastrojo para que nadie supiera de su ubicación. Nota 6. Carlo Emilio Piazzini Suárez y David Andrés Escobar Cuartas. Territorios y memorias arqueológicas de Urrao y Frontino. Medellín, Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia/ Universidad de Antioquia- Instituto de Estudios Regionales (INER), 2014, págs. 27 y 28, subrayas fuera del original. También corresponden a esta obra las citas de Juan Carlos Sánchez Restrepo y Horacio Quirós Toro.
LAS NOTICIAS DE CIEZA DE LEÓN SOBRE EL VALLE DE NORE (FRONTINO), EL CACIQUE NUTIBARA Y LOS TÚMULOS FUNERARIOS QUE PARECEN CERROS CAPÍTULO XI CUANDO en este valle entramos con el licenciado Juan de Vadillo, estaba CAPÍTULO XII LA GENTE de estos valles es valiente para entre ellos, y así cuentan, que Tienen armadas sus casas sobre árboles Por otra parte de este valle donde es Quiero antes que pase adelante, decir aquí una cosa bien extraña y de Esto que he dicho pasó en el valle de Nore, y en el de Esta ciudad de Antiocha está fundada El asiento de la ciudad es muy bueno y de grandes llanos junto a un Son todos grandes carniceros de comer carne humana. Esta ciudad de Antiocha pobló y fundó el capitán Jorge Robledo en
Un artículo de prensa a mitad de camino de la investigación arqueológica en Frontino: Los estudios del grupo de investigadores de la Universidad de Antioquia se han centrado en 60 kilómetros de la cuenca de los ríos Verde y Musinga, pero estos indígenas habitaban una zona más vasta que incluye los municipios de Abriaquí, Cañasgordas y Frontino. CARLO EMILIO PIAZZINI. Arqueólogo director del estudio. Se realizó una prospección sistemática e intensiva en 60 kms2 entre las cuencas de los ríos Verde y Musinga, de Frontino, registrando evidencias de 566 sitios arqueológicos. Estas evidencias arqueológicas se componen de túmulos funerarios, aterrazamientos artificiales, terraplenes y muros, así como restos de cerámica, líticos, vidrio, loza, metal y fragmentos óseos. De forma paralela, se realizaron seis excavaciones que permitieron obtener dataciones de radiocarbono, registros de secuencias estratigráficas y cambios en la producción de la alfarería, conjunto de datos que han sido la base para el establecimiento de una secuencia cronológica y la identificación de un primer esquema de dinámicas de cambio socioespacial ocurridas durante 4.000 años de historia. Para el periodo Medio (aproximadamente entre 29 y 884 DC), se registró un drástico descenso de los índices demográficos, acompañado de una tendencia muy marcada hacia la ocupación de áreas proclives a la explotación de recursos auríferos, en detrimento de las áreas con mejores suelos para el cultivo. También se incorporaron nuevas formas de enterramiento compuestas por pozos para tal efecto sin montículo, localizados cerca a las viviendas, aún cuando los cementerios de túmulos funerarios tuvieron una continuidad milenaria que se proyecta hasta el siglo XVI de la era cristiana. Durante el periodo Tardío (aproximadamente entre 1185 y 1540 DC), se opera una recuperación demográfica, existiendo continuidad en la ocupación de áreas con potencial minero, aunque se volvieron a ocupar algunas zonas con suelos aptos para la agricultura. En este periodo se dieron procesos socioculturales que desembocaron en el estado de cosas descrito por los cronistas españoles en la primera mitad del siglo XVI, cuando la población indígena de las provincias de Guaca y Nore enfrentó las primeras expediciones españolas, sufriendo una profunda desarticulación política, económica y cultural. |